Noticias de las Fraternidades 39

LA FRATERNIDAD EN MÉXICO

Diario de Chema, Guadalajara(1) (2011)

En mi diario anterior les compartía que trabajo en un gran hospital. Mi labor consiste en acompañar al enfermo y a su familiar en todo lo que es el trayecto de la enfermedad, la operación o incluso la muerte.

La mayoría de los pacientes no son originarios de Guadalajara. La inmensa mayoría vienen de los pueblos vecinos o incluso de otros estados de la República lejanos al estado de Jalisco de donde es la capital Guadalajara. El gran porcentaje es gente sencilla, pobre que no tiene a dónde acudir para atenderse médicamente por cuestiones económicas. Muchos no tienen gran estudio y el castellano que hablan es sencillo y podría decirse que incluso no lo hablan correctamente, pero se dan a entender muy bien. Los médicos discuten sus casos y las evoluciones de sus enfermedades delante de ellos porque el hospital es un hospital escuela, de modo que si su castellano no es muy florido menos entienden lo que los médicos discuten delante de ellos. Entonces ahí empieza algo de mi trabajo, el tratar de explicarles lo que los médicos han dicho y que los pacientes no han podido comprender. Casi siempre la imaginación los lleva a pensar que lo que los doctores han dicho es algo necesariamente grave porque son palabras completamente complicadas y desconocidas para ellos.

La imaginación es para los enfermos y sus familiares su principal enemiga, porque los conduce a imaginar siempre lo peor, de forma que yo intento sacarlos de esta dimensión y llevarlos a hacer a un lado esta señora imaginación que les causa tanto daño. Trato de hacerles ver que es mejor no dejar a esa señora libre sino que hay que evitarla o ponerla en su lugar para que no se adueñe de su mente y de sus sentimientos.

Como es un hospital que llaman de “tercer nivel”, lo que quiere decir que cuenta con toda clase de servicios, con todo tipo de especialidad médica, eso hace que yo encuentre a todo tipo de enfermo y todo tipo de enfermedades. Enfermos de todas las edades y de ambos sexos. Muchos enfermos tienen que pasar por cirugía o por procedimientos que necesitan una larga estancia hospitalaria porque hay que hacer estudios, análisis, procedimientos, conseguir materiales, donaciones de sangre y preparaciones antes de la operación o del largo tratamiento.

Todo este tiempo me permite ir dialogando, intercambiando y conversando día a día con cada uno de ellos, lo que hace crecer la relación con el enfermo y con su familiar o los familiares que acompañan al enfermo. Se da un tipo de relación, en ocasiones, muy profunda, en otras no tanto porque hay bloqueos o porque sencillamente no pueden entrar en esta relación de amistad, de compañerismo, de cercanía.

Mi intención primaria es ponerme al servicio de cada uno de todos ellos, de tratar de estar cercano, de intentar manifestar un toque de cariño y compasión, como si estuviera o formara parte de su familia, de su entorno y de su problemática; hacerles ver que su sufrimiento no me es nada indiferente sino por el contrario, me es también causa de dolor y sufrimiento. Aquí trato de hacer un poco de equilibrio entre mi esfera racional y emocional para poder caminar con ellos, para poder ser asertivo y así poder ayudar, de lo contrario sería un problema para ellos y nunca una posible ayuda.

Esto es verdaderamente  un arte: meter emociones y al mismo tiempo dejar que la razón domine el campo de acción. Se dice que los médicos tienen que aprender a moverse completamente en el área racional para poder servir y ayudar al paciente, y eso es muy cierto. Como médico que soy he aprendido eso desde los primeros años de medicina, pero ahora como compañero de viaje, como alguien cercano que siente con cada uno de todos ellos, no puedo quedar indiferente, no puedo dejar de involucrarme emocionalmente. Incluso toco mucho sus brazos, sus manos, su espalda, sus rostros, sé que soy muy expresivo y eso me sirve mucho para mostrarme cercano, para que vean que somos compañeros de viaje y que no soy un simple observador ajeno.

Es curioso cómo cuando encuentro, en la calle, a algún paciente que estuvo hace tiempo en el hospital, cuando me ve corre y me abraza con tanto afecto y agradecimiento que me sorprende mucho porque yo no recuerdo en qué condiciones he conocido a esa persona; claro que ellos luego me hacen mención de la historia, del acontecimiento que nos acercó en la vida. Y lo hacen con tanto agradecimiento y cariño que me dejan, en ocasiones, con los ojos húmedos y el corazón batiendo a mil por hora.

No cabe duda que le enfermedad permite una unión impresionante, como que el dolor y el sufrimiento realizan un injerto de vidas, una unión que difícilmente se puede romper, que dura casi para toda la vida.

En el área espiritual también hay mucho trabajo por hacer. México es un país que tiene una gran cultura religiosa. La religiosidad popular es muy fuerte, pero por desgracia, la espiritualidad es del tipo de hace varios siglos o del tiempo de la inquisición. La creencia en un Dios que es muy duro, justiciero y castigador, que se la pasa viendo en qué falla la gente para castigarla; esto es algo muy frecuente. Las confesiones son el repetir, el desgranar todos los pecados con un gran lujo de detalles, diciendo el número de veces que los han cometido y con la angustia de que si se les olvida un pecado, éste no ha quedado perdonado y por lo tanto desde el momento en que lo recuerdan dejan de comulgar porque si lo hicieran sería cometer un pecado gravísimo.

Ciertamente que la jerarquía de la Iglesia mexicana tiene mucha responsabilidad en todo esto, porque en lugar de tratar de ayudar a la gente para que crezca en este aspecto, la mantienen subyugada con el temor porque así la pueden manejar y controlar e incluso para sacar provecho económico.

No hace mucho que una mujer joven, con un tumor en la médula espinal me preguntó que si la podría confesar porque hacía unos días que trató de confesarse y el sacerdote, cuando ella le dijo que había tenido que abortar por cuestiones de salud, le dijo que se levantara y se fuera porque su pecado no tenía perdón. Lo interesante es que conversando con ella, logró descubrir que su supuesto pecado no podría haber sido más grande o importante que la vida entregada por Jesús. Eso le devolvió la paz y le permitió enfrentar la enfermedad de una forma distinta, ya que ella, con lo que el cura le había dicho, se sentía castigada por Dios. 

En una ocasión, en el servicio de Hematología (los cánceres de sangre), las enfermeras me pidieron que hablara con un paciente que era muy agresivo con el personal y con sus mismos familiares. Conversando con él descubrí que su problema era que nunca había sido amado por alguien, que para nadie valía, que a nadie le importaba. Así que pasé buenos momentos con él, conversando de miles de cosas. Él me había compartido que todos le han dicho siempre que él era “malo” y que eso le causa mucho dolor. Le comenté cómo todos nosotros somos malos y que únicamente Dios era bueno, pero que Dios nos amaba tiernamente y que para él todos éramos importantes aunque le falláramos. Que Dios nos había venido a salvar porque él, siendo el único bueno, amándonos tanto, no quiso perdernos. Yo colocaba mi cabeza junto a la suya y durante la conversación le acariciaba los brazos y la misma cabeza. Cuando me despedía de él, lo hacía con un beso en la frente y él me respondía con una amplia sonrisa. Eso fue suficiente para que él modificara su conducta, se volvió un niño tierno y pacífico con todos. Él fue acercándose a la muerte con un corazón lleno de paz consigo mismo y con todos y así murió.

No cabe duda que si no se está equilibrado emocionalmente, durante el momento terrible de fragilidad al estar enfermo, nuestros problemas brotan y saltan de tal forma que no podemos controlar más nuestra conducta. Por ello es que en esos momentos una persona que pueda ayudar es de gran valor para el mismo enfermo como para todos los que le rodean, incluyendo al personal de salud.

Por lo que he escrito, pareciera que yo soy el que doy, el que comparte, el que está en posición de superioridad, pero no es tal cosa, diariamente recibo tanto de los pacientes que me impresiona ver cómo es el débil quien se vuelve mi maestro. Les comparto un caso concreto.

En una ocasión ingresó un paciente con un tumor en el cerebro: un hombre de 32 años de edad, casado y con varios hijos pequeños. Los días pasaban y por un motivo o por otro la operación no llegaba. Se acercaba ya Semana Santa y él todavía no había sido operado. Nosotros veíamos que la tumoración crecía y empezaba a salir por la otra órbita y nos preocupaba porque podría perder su ojo izquierdo como había ya perdido el derecho. Durante la semana santa únicamente se opera del lunes al miércoles, de modo que la jefa de enfermeras me dijo el lunes, que al día siguiente Ramón (así se llamaba el paciente) sería operado. Cuando recibí la noticia fui a verlo y le dije que me alegraba que ya mañana lo operaran. Pero al día siguiente, la enfermera me dijo que no lo habían podido operar porque en el banco de sangre no había habido sangre de su tipo. Así que tan pronto escuché la noticia me fui corriendo al pie de su cama y le dije: “Ramón, que no te operaron hoy, pero ¡espero que mañana si lo hagan!” A lo que él me respondió: “Pero, ¿cuál es la prisa si estoy en manos de Dios? Yo sentí que me ponían en mi lugar; recibí una gran lección de cómo alguien puede vivir bellamente el abandono en las manos de Dios. Alguien que vive profundamente la oración que yo rezo todas las noches y que intento vivirla.

Ramón fue operado y actualmente vive con los suyos sin haber perdido la vista. Y así como Ramón, muchos pacientes me enseñan cada día con su riqueza vivencial, con la espontaneidad de su sencillez y humildad. No cabe duda de que es muy cierto lo que Jesús dijo: “Padre te alabo y te bendigo porque estas cosas se las haz revelado a los pequeños y sencillos.”

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(1) Chema, siendo regional, vive desde hace mucho tiempo en Guadalajara.