Noticias de las Fraternidades 39

LA FRATERNIDAD EN MÉXICO

Diario de Giorgio , Fraternidad de Ciudad Hidalgo (2012)

Hace 4 años empezamos esta fraternidad bajo el influjo de algunas intuiciones, pero sin un plan bien elaborado en  todos los detalles. Había un poco de espíritu de aventura y un poco de locura (¿?). Desde hace mucho tiempo deseábamos reagruparnos en una fraternidad muy “amplia”, que integrara a los hermanos de los Estados Unidos y algunos hermanos de México y Nicaragua. Pensábamos que era necesario luchar contra una cultura que engendra el individualismo (reafirmando el valor de la comunión); que era necesario dar pasos en dirección al reagrupamiento (evitando el riesgo de dispersarnos); que era necesario encontrar una estructura de vida sólida y “espiritual”, en medio de una sociedad tan llena de diversiones y de fragilidad.

Cada uno también tenía sus razones personales. Pero todos estábamos de acuerdo en un elemento de análisis: la vida fraterna en pequeñas fraternidades (de 2 o 3 hermanos) a menudo es agotadora y traga  muchas de nuestras energías. Cada uno de nosotros había experimentado su lado amargo, sin negar el lado positivo (para la maduración personal y con vistas a inserciones radicales).

El primer año fue muy duro. Hubo muchas pruebas de todo tipo: algunos hermanos tardaban en llegar, otros no estaban seguros de quedarse, otros fueron llamados a otra parte, enfermedades de todo tipo (el corazón, la espalda, el hígado… Pero sobre todo había elementos de inseguridad ante un proyecto bastante “diferente” respecto a nuestros modelos anteriores. No había bastante consenso.

Con el tiempo las cosas se asentaron, en los cuerpos y en los espíritus. Ahora cada uno ha hecho una opción clara de perseverar aquí y de entregarse a este proyecto y caminamos con confianza.

Dos orientaciones importantes nos han ayudado: prever medios de consenso comunitario y separar nuestros campos de acción. Nuestras reuniones semanales de compartir y planificación a veces duran 2 horas. Nos obligan sobre todo a buscar juntos y a asumir mejor las decisiones tomadas. Además no nos ponemos todos juntos en las mismas tareas (¡donde hay 7 hermanos hay 7 maneras de clavar un clavo y 7 teorías que las acompañan!). Ahora cada uno tiene su sector de responsabilidad y de trabajo (la huerta, los árboles frutales, los animales, la acogida, el mantenimiento, etc.). El camino se hace más regular.

La evaluación que hacemos ahora de nuestra “mecánica” comunitaria es sin duda positiva. Pero esto evidentemente no excluye los choques y las durezas debidas a las problemáticas y heridas personales de cada uno. La vida entre hermanos nunca será un paseo por la orilla del mar…

Una fraternidad de 7 hermanos (6 permanentes y 1 novicio) es algo nuevo para nosotros. Eso exige una casa grande, una estructura un poco “monástica”. Hay que confesarlo con claridad: nuestras condiciones de alojamiento no son las de la gente que nos rodea (las familias casi siempre son más numerosas que nosotros, pues hay familias grandes, pero a menudo viven en una o dos habitaciones). Para vivir más profundamente ciertas realidades hemos tenido que sacrificar otras. A veces tenemos la nostalgia de nuestras antiguas fraternidades: más “pequeñas”, más cerca de las condiciones de vida de la gente.

Y sin embargo creo que vivimos bien en el surco de la búsqueda del Hermano Carlos. En una cierta etapa de su vida, seguramente soñaba con comunidades fundamentalmente “monásticas”, pero extremadamente sencillas, insertas en medio de poblaciones pobres, y animadas por un impulso apostólico. La “pequeña fraternidad obrera”, como nosotros la elaboramos, seguramente fue un modelo válido y maravilloso; era un modelo inspirado por una cierta época de la Iglesia en Francia y en Europa. Pero, ¿se trata de un modelo único y último? ¿Se puede decir que “caer en lo monástico” es traicionar al Hermano Carlos?  No estoy seguro.

Al comienzo de nuestra búsqueda (animada, lo repito, por el deseo de reagruparnos) pensábamos en un proyecto de acogida, algo al estilo de Spello (siendo Spello el único modelo de una fraternidad “grande”). Pero como el hombre propone y Dios dispone… fuimos encaminados en otra dirección: la gente nos acogió, nos asumió, yo diría casi “nos abrazó” y no quieren soltarnos. Aun incluyendo la acogida de personas de fuera (que seguramente es positiva y enriquecedora, para nosotros y para aquellos que vienen), esta fraternidad es sobre todo y ante todo una fraternidad de inserción. Nuestras energías se despliegan sobretodo en nuestras relaciones con la gente. Héctor es el único que tiene un trabajo con la gente, pero todos nosotros tenemos relaciones muy intensas de vecindad, de compañerismo, de solidaridad, de servicio.

La gente es muy noble: nos perdonan muy fácilmente el tener una casa enorme, un “palacio” comparado con sus viviendas. También nos perdonan comer bien (lo que no ocurre siempre) y hacer viajes caros. Eso no parece comprometer la amistad y la confianza. Hay un enorme abanico de actividades, de acontecimientos (alegres y dolorosos) para encontrarlos, codearlos y compartir. Vivimos con un sentimiento de fraternidad, a pesar de las diferencias, y gracias al corazón noble y generoso de  la gente de aquí.

La iglesia local es muy tradicional y casi exclusivamente centrada en la sacramentalización. El clericalismo crea una barrera entre el clero y la gente. Así que esta amistad que vivimos con la gente es algo extraordinario y precioso (para ellos y para nosotros).

Ésta es una “tierra de misión”, a pesar de que en el atlas esta provincia podría estar  marcada como “muy católica”. La imagen de Dios que a menudo es proclamada es aquella de la que Jesús vino a liberarnos (un Dios que da miedo). Así que tenemos que estar agradecidos de tener esta posibilidad de vivir con la gente el descubrimiento de  “otro” Dios, Padre misericordioso, fuente de perdón. No es nada fácil, pues este tipo de cosas no cambia nunca de la noche a la mañana. Pero hay ahí un campo de misión que vivimos como un desafío positivo y motivador.

Como ven ustedes, junto a una estructura un poco “monástica”, tenemos un impulso algo “misionero”: dos elementos que se animan recíprocamente. ¿Se sitúa eso en la línea del hermano Carlos  (que en una carta hablaba de “monjes-misioneros”)? Es difícil contestar a esta pregunta, pero la pista ciertamente es fecunda para nosotros.

Pasemos a otro postigo importante de nuestra vida. En el área social, el mayor problema aquí es el de la emigración: un número impresionante de hombres emigran a los Estados Unidos, cruzando el Río Bravo. Eso les permite a veces tener una casa de ladrillos y ser propietarios de una camioneta “americana” (que a menudo se queda estacionada pues no hay dinero para la gasolina). Algo típico de aquí es el continuo vaivén, debido al hecho de ser limítrofes con los USA.

Una pareja se casa y 3 semanas más tarde el marido se va a Chicago: se quedará 3 años (el primer año es para ganar el dinero para pagar al “coyote”)… Otro regresa a casa de su esposa después de vivir 12 años en Atlanta: le dice que tiene otra mujer “al otro lado”; no quiere dejar a ninguna de las dos... Una mamá no tiene noticias de su hijo desde hace más de 10 años: ¿Está vivo? ¿Duerme en los parques de Chicago? ¿Está en la cárcel?... Una mujer tiene que pedirle “permiso” por el teléfono a su marido que está en Chicago para cualquier cosa: no puede tomar cerveza, porque su marido no se lo “permite”... Un marido regresa al cabo de 3 años para organizar la fiesta de los 15 años de su hija. Deja a su esposa embarazada otra vez y regresa inmediatamente a USA... Un número impresionante de mujeres viven esperando el regreso de su marido… Y después el regreso a menudo es un infierno: él bebe, los hijos no reconocen su autoridad; en la mayoría de los casos termina yéndose de nuevo pues hay muchas otras mujeres "al otro lado".

¡Cuántas situaciones graves y dolorosas! La iglesia local obsesionada por la sacramentalización, no tiene pastoral o servicio de ayuda alguno para esas mujeres, esos padres, esos hijos. Vemos pues que ahí también hay un campo de misión para nosotros. Palpamos muy de cerca todos esos sufrimientos, los llevamos a la oración y tratamos de acompañar.

Después de haber conocido, durante tantos años en la fraternidad de New York, la tragedia de los inmigrantes en USA, puedo palpar el “vía crucis” de las mujeres, de los niños, de los padres que se quedan en el lugar. Una vez más: ¡gracias Señor por haberme traído aquí, pues te reconozco vivo y crucificado en el camino de ese calvario que se llama emigración!

También tengo que mencionar otro aspecto importante de nuestra vida. Podríamos pensar que con la edad, la vida de oración se hace más informal, más libre, con menos necesidad de “tiempos de oración” en la capilla. Pero podemos pensar, al contrario, que con la edad es natural multiplicar la alegría de los encuentros con el silencio de Dios, a sus pies. Nosotros tomamos esta segunda dirección.

En la estructura que nos dimos, hay un lugar central para tres tiempos de oración, y sobre todo, para una hora de adoración vivida juntos, al comienzo de la jornada. Nuestra capilla tiene un vidrio grande que da hacia el Oriente; así podemos ver juntos la salida del sol y acoger la resurrección de Dios en el corazón de los sepulcros vacíos de nuestras vidas. Eso le da un tono a nuestra jornada: eso le quita todo el carácter  de “devoción privada” a nuestra adoración y nos sitúa como comunidad de adoración, comunidad en adoración. Ahí también descubrimos cómo el Hermano Carlos era un hombre apasionado y sediento de adoración.

A veces se podría pensar que nuestra estructura de oración es demasiado “rígida”, pero eso es inevitable cuando somos tan numerosos. Y además a la gente  le gusta acompañarnos, cuando “es la hora de rezar Completas”…

Al volverme a leer lo que acabo de escribir, me parece que con el entusiasmo, tal vez hablé en términos demasiado positivos de nuestra experiencia. Los interrogantes, los problemas, las infidelidades son verdaderamente “legión”. Cada alegría está como unida a un sufrimiento; cada descubrimiento está ligado a un nuevo interrogante. ¡Cuánto camino por recorrer! Pero la dirección me parece positiva; es lo más importante.

Está claro que nuestra experiencia no es “ejemplar”: no la proponemos como un modelo para seguir. Es buena para nosotros, considerando nuestra historia y nuestro contexto: una experiencia entre otras. ¿Hay que pensar que cualquier fraternidad tiene que proyectarse como la nuestra? ¡De ninguna manera! ¿Es legítimo que haya lugar para fraternidades como la nuestra? Pienso que sí. ¿Es necesario seguir buscando formas nuevas de vivir en el surco del Hermano Carlos, sin crisparnos sobre categorías rígidas, categorías que correspondían a otras épocas y a otros contextos? Seguramente.

La vida es bella cuando nos abre espacios de creatividad. El envejecimiento es maravilloso cuando se convierte en una peregrinación hacia lo esencial, una explosión de mayor libertad. Entonces, ¿Cómo no vivir en la acción de gracias? ¡A pesar de todo y a pesar nuestro!