Noticias de las Fraternidades 38

Editorial

En la dinámica de nuestro caminar juntos con los Hermanos de Jesús descubrimos que el espíritu de Nazaret constituye la raíz común de nuestra espiritualidad.

José Luis, de la Fraternidad Central, volvió a acercarse al misterio de Nazaret con motivo de la fiesta de Todos los Santos:

Jesús, “el Hijo del Tres veces Santo”, nos presentó la santidad nazarena de Dios. “… Él, a pesar  de su condición divina, se despojó de su rango” (Fl. 2). Me parece que pertenece a la identidad de Dios, a su ser,  el estar abajo, despojado, pobre, pequeño, profano, pueblo, sin figura, un don-nadie, un insignificante, lo que nosotros condensamos en el término “Nazareno”.

A nosotros no nos queda difícil entender así a Dios, en lo que es para nosotros Nazaret. Lo descubrimos en el vientre de la campesina María, en Belén entre las pajas, visitado por pastores, gente de mala reputación, huyendo a Egipto, como cualquier prófugo o emigrante. Lo descubrimos obrero, adolescente en la esquina con los chicos de su edad, joven maduro entre los jóvenes, hombre trabajador, vecino, jornalero, practicante fervoroso, como cualquiera, los sábados. El "Tres veces Santo" nos aparece luego como un predicador itinerante, nada vinculado al Templo, siempre rodeado de pobres, pobre él mismo, accesible a los marginados y excluidos (leprosos, pecadores públicos, prostitutas, personas enfermas, impuras  etc.), presentando a Dios desde esta óptica y declarándolo cercano a ellos. Él mismo se sentía cercano y en intimidad con Dios, al que llamaba "Abba".

Me gusta celebrar hoy los santos que la oficialidad no celebra, desde la vertiente que les digo,  los insignificantes y marginados, despojados de todo, que por estar envueltos en el Amor de Dios y en su ternura, han sido exaltados por Él al rango más sublime de dignidad, sin haber salido del arrabal o del arroyo. “Los secretos del corazón de Dios han sido revelados a los pobres y no entendidos” y ellos hacen experiencia de su vida a su manera propia, como Dios les da a entender, sin los esquemas de “los sabios y entendidos”, que se les escapan (Mt. 11, 25-26). Hay un misterio de comunión, de simpatía, de connaturalizad entre el Dios de Jesús, el Abba, y estos pobres

No dudo de las virtudes heroicas de la mayoría de nuestros hermanos canonizados. Para mí que hay una inflación de estos títulos (venerables, beatos, santos) en detrimento de la santidad evangélica de los pequeños y los últimos, al estilo de Jesús de Nazaret y su Abba. Él llamaba  santos (o bienaventurados) a aquellos de su entorno a quienes Dios prefería, porque ese era su gusto, y que intuían como era el corazón de Dios y se le aproximaban.

Felices (bienaventurados o santos) aquellos que hacen compatible con el sufrimiento de cada día la alegría que está más allá, la alegría de las cosas simples,  la de tener un hijo y criarlo; la alegría de visitarse, de ser solidarios, de afrontar juntos los problemas comunes, de gozar juntos los acontecimientos normales, que son los más transcendentes: nacimientos, bodas, las estaciones de la vida, las muertes etc., para no cerrar la vida en el círculo vicioso del dolor, yendo mucho más allá de él.

Felices los que se parecen a Dios, que sin eludir ningún problema ni ninguna vida dolorida, se da tiempo para cada amanecer, para la nieve del invierno, para las flores de primavera, para los otoños coloridos y moldea su corazón desde la esperanza y la paz.

Me gusta celebrar los santos de abajo, llenos de defectos, como los amigos de Jesús, que han hecho la historia trabajando, aunque no hayan dado nombre a calles o plazas o ciudades, que han procreado y perpetuado nuestra humanidad, nuestros padres, la mayoría de nuestros vecinos y vecinas, los que vemos en la televisión sin nombre, sin rostro… “ellos heredarán la tierra…son llamados los hijos de Dios”.

A través de la vida y los diarios de los hermanos percibimos esta preocupación de encarnar ese espíritu de Nazaret siendo sencillamente  testigos suyos en la elección de una vida cotidiana entre gente sencilla.

Pero también les pasa de poder contar como testigos esta santidad común en la vida de la gente que encuentran o con la que viven.

Tulio