En la dinámica
de nuestro caminar juntos con los Hermanos de Jesús descubrimos que el espíritu
de Nazaret constituye la raíz común de nuestra espiritualidad.
José Luis, de
la Fraternidad Central, volvió a acercarse al misterio de Nazaret con motivo de
la fiesta de Todos los Santos:
Jesús, “el Hijo del Tres veces Santo”, nos presentó la santidad nazarena de
Dios. “… Él, a pesar de su condición divina, se despojó de su rango” (Fl.
2). Me parece que pertenece a la identidad de Dios, a su ser, el estar
abajo, despojado, pobre, pequeño, profano, pueblo, sin figura, un don-nadie,
un insignificante, lo que nosotros condensamos en el término “Nazareno”.
A
nosotros no nos queda difícil entender así a Dios, en lo que es para
nosotros Nazaret. Lo descubrimos en el vientre de la campesina María, en
Belén entre las pajas, visitado por pastores, gente de mala reputación,
huyendo a Egipto, como cualquier prófugo o emigrante. Lo descubrimos obrero,
adolescente en la esquina con los chicos de su edad, joven maduro entre los
jóvenes, hombre trabajador, vecino, jornalero, practicante fervoroso, como
cualquiera, los sábados. El "Tres veces Santo" nos aparece luego como un
predicador itinerante, nada vinculado al Templo, siempre rodeado de pobres,
pobre él mismo, accesible a los marginados y excluidos (leprosos, pecadores
públicos, prostitutas, personas enfermas, impuras etc.), presentando a Dios
desde esta óptica y declarándolo cercano a ellos. Él mismo se sentía cercano
y en intimidad con Dios, al que llamaba "Abba".
Me
gusta celebrar hoy los santos que la oficialidad no celebra, desde la
vertiente que les digo, los insignificantes y marginados, despojados de
todo, que por estar envueltos en el Amor de Dios y en su ternura, han sido
exaltados por Él al rango más sublime de dignidad, sin haber salido del
arrabal o del arroyo. “Los secretos del corazón de Dios han sido revelados a
los pobres y no entendidos” y ellos hacen experiencia de su vida a su manera
propia, como Dios les da a entender, sin los esquemas de “los sabios y
entendidos”, que se les escapan (Mt. 11, 25-26). Hay un misterio de
comunión, de simpatía, de connaturalizad entre el Dios de Jesús, el Abba, y
estos pobres
No
dudo de las virtudes heroicas de la mayoría de nuestros hermanos
canonizados. Para mí que hay una inflación de estos títulos (venerables,
beatos, santos) en detrimento de la santidad evangélica de los pequeños y
los últimos, al estilo de Jesús de Nazaret y su Abba. Él llamaba santos (o
bienaventurados) a aquellos de su entorno a quienes Dios prefería, porque
ese era su gusto, y que intuían como era el corazón de Dios y se le
aproximaban.
Felices (bienaventurados o santos) aquellos que hacen compatible con el
sufrimiento de cada día la alegría que está más allá, la alegría de las
cosas simples, la de tener un hijo y criarlo; la alegría de visitarse, de
ser solidarios, de afrontar juntos los problemas comunes, de gozar juntos
los acontecimientos normales, que son los más transcendentes: nacimientos,
bodas, las estaciones de la vida, las muertes etc., para no cerrar la vida
en el círculo vicioso del dolor, yendo mucho más allá de él.
Felices los que se parecen a Dios, que sin eludir ningún problema ni ninguna
vida dolorida, se da tiempo para cada amanecer, para la nieve del invierno,
para las flores de primavera, para los otoños coloridos y moldea su corazón
desde la esperanza y la paz.
Me
gusta celebrar los santos de abajo, llenos de defectos, como los amigos de
Jesús, que han hecho la historia trabajando, aunque no hayan dado nombre a
calles o plazas o ciudades, que han procreado y perpetuado nuestra
humanidad, nuestros padres, la mayoría de nuestros vecinos y vecinas, los
que vemos en la televisión sin nombre, sin rostro… “ellos heredarán la
tierra…son llamados los hijos de Dios”.
A través de la vida y los diarios de los hermanos percibimos
esta preocupación de encarnar ese espíritu de Nazaret siendo sencillamente
testigos suyos en la elección de una vida cotidiana entre gente sencilla.
Pero también les pasa de poder contar como testigos esta
santidad común en la vida de la gente que encuentran o con la que viven.